Monday, April 18, 2011

No sé discernir

…o quizás sí sé pero no quiero hacerlo.


No sé discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo que está bien o mal. No me afecta cuando voy a 40 km/h. en el carril izquierdo de una vía rápida. No me fastidia acelerar en ámbar a pesar de que vi hace buen rato que la luz estaba en verde y era posible que ya cambie de color. Mucho menos me incomoda pegarme a la derecha para voltear a la izquierda, con el consiguiente hecho de cerrarle el paso a los autos que vienen atrás, incluso –a veces- siquiera sin emplear la señal de giro.


Por otra parte, mi conciencia ni se inmuta cuando me hago el dormido para no ceder el asiento reservado a quienes realmente les corresponde. Tampoco me perturba no apagar el celular, o cuando menos ponerlo en vibrador, a la hora de ingresar a un local público tal como un auditorio, una biblioteca o una Iglesia, por ejemplo.

No me interesa para nada ser solidario con mi prójimo, olvidando por completo ponerme en los zapatos de los demás, arrojando basura en la puerta de mi vecino o no cediendo mi sitio en la fila a alguien cuyo apuro en notorio. También me reconforta ir delante de una ambulancia y dar por sentado que es ella quien debe esquivarme y no yo quien le ceda el paso.

De cualquier modo soy un ser humano y tengo permitido “equivocarme” a veces, quizás todos los días, a toda hora si es posible. Pero mi cualidad de animal racional sí me facilita darme cuenta que, con cierta ayuda, las acciones que mencioné líneas arriba deberían hacerme pensar y ver que algo no anda bien.

A continuación, una serie de ideas sueltas que me llevarían (o habrían llevado) a ser mejor persona y ciudadano:

- Quisiera tener un curso de “Educación Cívica” desde la primaria, desde los primeros grados, cuya enseñanza fuese como la de las Matemáticas: más lúdicas cuando más chico eres y con el tiempo se tornase más seria.
- Esta educación cívica no debería centrarse en enumerar cuales son nuestros deberes y derechos como ciudadanos sino que profundizase en ejemplos cotidianos como los que me vienen ocurriendo y que he mencionado desde el inicio. Ejemplos donde el beneficio personal se impone al colectivo, donde mi interés es mayor al de los demás, donde algo no camina correctamente.
- El mismo curso debería ser dictado por un verdadero MAESTRO, cuyos pergaminos como ciudadano estuviesen impecables y su evaluación fuese tan rigurosa como la de aquellos que aspiran a enseñar Matemáticas.
- Me gustaría que este profesor tuviese los mayores beneficios, porque a sumar y restar podría aprender en la calle pero la “selva de concreto” sería una muy mala maestra de valores cívicos y morales.
- No quisiera pasar de año si no hubiese aprobado “Educación Cívica”, así fuese el primero en Matemáticas, Lenguaje o Literatura.
- Si durante el año escolar no voy bien en este importante curso, estaría muy agradecido al colegio si se reuniese con mis padres y/o tutores para averiguar qué está pasando y monitorear la situación en casa (la familia es el núcleo de la sociedad).
- Desearía que en secundaria se combinase la educación cívica con un curso de Ética, no tan denso como el que más adelante podría llevar en la universidad (el cual debería ser obligatorio en las currículas de todas las carreras de todas las universidades del país).
- Pediría que se me inculcase el hábito de la lectura, de todos los géneros, de acuerdo a mi edad. Los libros son un arma mortal para hacer crecer y fortalecer una sociedad.
- Exigiría -aunque esto significase pasar más horas en el aula- que se me enseñe un idioma extra, porque así podría acceder a más libros inclusive.
- Me encantaría que “Historia Universal” se dicte a manera de cuento, donde sea fácil y divertido trasladarse en tiempo y espacio, por ejemplo, a Versalles y conocer la residencia del “Rey Sol”, incrementando mi conocimiento sobre otras culturas, encaminándome a ser un ciudadano del mundo.
- Estaría feliz de tener un coach desde niño. Alguien mayor que me dijese que no hay que juzgar a las personas sin antes entenderlas, haciéndome ver la importancia de –ante un evento inesperado- no preguntar quién fue sino qué y cómo pasó.
- Ese mismo coach podría inculcarme aquella frase que dice “Trata a los demás como ELLOS quieren ser tratados” en vez de esa que aprendí que decía “Trata a los demás como TU quisieras ser tratado”.
- A la hora de sacar mi licencia de conducir quisiera que se me evalúe la parte práctica en la cancha, en la ciudad, manejando 60 minutos durante hora punta en el Centro, 30 minutos en carretera, quince minutos en zona neutral y quince minutos en ejercicio de parqueo diagonal y paralelo, y no en un circuito donde todo es perfecto y apacible.
- Haría de aquella frase de M. Gandhi “Vive como si fueses a morir mañana, aprende como si fueses a vivir para siempre” mi doctrina de vida.

Sé que hay muchísimas acciones más que me podrían ayudar a diferenciar lo bueno de lo malo. Acá sólo presenté unas cuantas. Son bienvenidas las sugerencias. De otro lado, he mencionado repetidas veces el curso de “Educación Cívica”; sin embargo, las materias de formación general son básicas para mi desarrollo personal y profesional.

Durante todo el relato quise expresar ideas genéricas en cuanto a la educación desde los primeros años. No es mi intención darle una tónica urbana a las mismas; muy por el contrario, me hubiese gustado que –de haber crecido en el ámbito rural- fuese de los primeros a los que se les reforzase estos criterios.

De nuevo, son bienvenidas las sugerencias.

Saturday, April 9, 2011

Track 4 (hay algo en tu rostro)

Cerró la puerta del auto de golpe. Encendió el motor y dobló a la izquierda en la primera esquina. Tenía una mano firme sobre el volante, la otra en la radio y la mirada fija en el horizonte. Avanzaba por una de las avenidas principales mientras se preguntaba si sería la única persona que renegaba con la cantidad de paneles publicitarios colocados en la vía, en los que abundaban los colores chillones y las sonrisas perfectas, junto a slogans que, a veces, parecían que nada tenían que ver con el producto de la propaganda. Pensaba si aquella felicidad mostrada por los niños, jóvenes y/o adultos de la publicidad sería un verdadero reflejo de lo que acontecía en la vida de cada uno de ellos o simplemente era consecuencia de un oneroso pago de parte de las agencias de mercadeo y todos ellos, en realidad, atravesaban sendas crisis existenciales o emocionales. Tal vez una desilusión amorosa, un despido arbitrario, una bancarrota inminente, lo que sea. Se preguntaba si el dinero podía comprar ‘felicidad express’, que durase lo que dura una sesión de fotos. ¿Sería acaso posible?

Tenía cerca de 45 minutos al volante y aún no había decidido dónde ir. Una ligera llovizna comenzaba a caer sobre la ciudad. Durante el día, el cielo no había dado visos de que algo así iba a ocurrir, pero –como en el fútbol- en el clima no hay lógica y, muchas veces, lo que parece ser un hermoso día soleado, termina en aguacero. “Incluso con lluvia la ciudad se ve simpática”, pensaba. Razón no le faltaba. “La siguiente salida es la mía. Ojala no esté cerrada”. Lo que no había decidido en tres cuartos de hora lo hizo en pocos segundos. Tomó la salida 45E y se dirigió al centro de la ciudad. Mientras tanto, fumaba su quinto cigarrillo de la noche. Un puchito como le decía.

Tal cual estaba previsto, conseguir dónde dejar el auto parqueado iba a ser difícil. Tuvo que dar varias vueltas alrededor de la plaza a la que pensaba ir cuando finalmente encontró un sitio cerca de la sede del diario más importante del país. Le dejó unas monedas a un señor que cuidaba los autos de la cuadra y le pidió dos veces por favor que se lo cuidase bien, sino lo mato, tío. Todo lo que me ha costado este carrito. Cogió su billetera, la cajetilla de cigarrillos, el encendedor y caminó hacia el bar. Le gustaba el ‘Cimarrón’ porque ahí siempre encontraba buena onda y chicas guapas, pero esta vez se le había hecho tarde en la cena por el cumpleaños del abuelo y el ambiente del local había dejado de estar en su máximo esplendor hace varios minutos. Dudó sobre tomarse una cerveza solo en la barra o emprender la vuelta a casa sin pena ni gloria cuando de pronto sonó su celular.

- Aló. ¡Aló! ¡¡¡Aló!!!... No escucho nada, habla más fuerte… ¿Quién es?... ¡Ah! ¡Hola! No, no estoy en mi casa (si no, no estaría gritando pensaba)… Ya, chévere. ¿Dónde queda?... ¡¡¡Que me des la dirección!!!... ¡Estoy saliendo para allá. Nos vemos!

Dejó el sitio que ya ocupaba en la barra, puso la carta de tragos sobre ella y se dirigió a la salida, por detrás de dos jóvenes que se dirigían a una discoteca recientemente estrenada, por lo que les alcanzó a escuchar. En el camino hacia la calle pudo reconocer algunos rostros: chicas menores que él, como era el común denominador de sus habituales conquistas, con las que había flirteado fines de semana atrás y a las que prometió llamar y nunca cumplió. Se les veía ocupadas con otros muchachos. Probablemente recibiendo nuevas promesas que no se cumplirían tampoco. O quizás iniciarían una relación estable. Seguía caminando y veía como el personal de seguridad apoyaba en desmantelar el instrumental que había sobre el estrado. “¿Quién habrá tocado?” Caminó las casi tres cuadras que lo separaban de su auto, encendió un nuevo cigarrillo y emprendió el viaje hacia la dirección que había memorizado. Paseo El Prado 1564 departamento 905 se repetía constantemente para no olvidarse el dato.

En el camino iba descartando algunas maneras de llegar a su destino, aunque la decisión de qué ruta seguir no era muy complicada. A esta hora, el tráfico era mínimo en la ciudad. En medio del viaje se detuvo en un supermercado que atendía las veinticuatro horas del día. No estaba seguro de querer comprar algo para llevar, más bien se había detenido para comer algo al paso, aunque también en este punto se mostraba indeciso. Un vez que satisfizo su hambre se dio una vuelta por la sección de licores. No quería llegar con las manos vacías. Pensaba que no se vería bien y que quizás aparecer con un trago le adjudicaría algunos puntos con las chicas solteras que pudiesen estar en la reunión. No se decidía. “¿Ron, Vodka, Vino? Si es vino, ¿blanco o tinto? Si es tinto, ¿seco o semi-seco? ¿Habrán comido algo allá? ¿Qué tal si mejor llevo cervezas?” Todas estas preguntas pasaron por su cabeza en pocos segundos. Prefería hacer este tipo de recorridos acompañado por uno de sus mejores amigos, un especialista en licores, casi un enólogo. Pero esta vez, la decisión debía ser suya. “Ya, a la mierda, compro este y punto”.

Antes de continuar con su recorrido, colocó un CD con la discografía completa de The Rolling Stones. Estableció orden aleatorio de las pistas y puso play. Sonó primero ‘Paint it, Black’. “I see the girls walk by dressed in their summer clothes…”, cantaba y al mismo tiempo encendía un cigarillo más. Aceleró y entró en el tramo final de camino a la dirección que le habían dictado. Cruzó un puente recientemente inaugurado, bordeó un óvalo que tenía en el centro una estatua en homenaje a uno de los héroes de la independencia, giró a la derecha y ubicó el edificio. Sin duda, era el más moderno de la cuadra y, quizás, de la ciudad. Estaba ubicado en una de las zonas más exclusivas. Se notaba que a sus amigos de toda la vida, aquellos a los que había conocido bajitos y regordetes en el jardín de infancia, esos con los que compartió viajes y anécdotas durante la época escolar, a todos ellos, les estaba sonriendo la vida.

No tuvo problemas para estacionar el auto y ni se preocupó por la seguridad. Era imposible que en este barrio ocurriese algún robo o incidente. La seguridad era extrema. Con esa confianza llegó hasta la puerta, tocó el timbre. Al cabo de unos segundos, una voz –a la que él reconoció de inmediato- le contestó.

- ¿Quién?

- Soy yo

- Pasa, flaco. ¿No te pudiste demorar más? (risas).

Saludó al conserje que estaba en pleno sueño de medianoche y llamó al ascensor. Esperó que bajase desde el piso seis y cuando se abrió la puerta le llamó la atención lo espacioso que era. Entró, presionó el número nueve y aprovechó el espejo que estaba detrás de él para inspeccionarse brevemente. Cual checklist, pasó revista a su vestimenta: zapatos bien lustrados, check; correa que combine con los zapatos, check; camisa sin arrugas, check; cabello arreglado, check; mangas dobladas sutilmente, check. La puerta del elevador se abrió y comunicaba directamente con la sala del departamento. Dio dos pasos y ya estaba ahí. Algunas caras conocidas y muchas más no tanto. Rápidamente buscó al amigo con el que había hablado por teléfono y lo encontró al otro extremo de la habitación. Mientras llegaba hacia él saludaba escuetamente a las personas con las que se cruzaba. Su amigo lo vio.

-
Compadre, ya estás acá. La has hecho larga.

- Me demoré comprando esto (le mostró el trago).

- Excelente. Ya con esto completamos la colección. Hay de todo. Tú coge nada más lo que gustes. Más bien quiero presentarte a una chica. Ven.

- No. Ehhh… después.

- No seas gay. Vamos.

Fueron hacia la terraza pero no llegaron. Se la cruzaron en el camino.

- Flaco, te presento a…

- Hola. ¿Cómo estás? Mucho gusto, dijo él.

- Hola, dijo ella.

Intercambiaron sonrisas. Amplias sonrisas.