Saturday, April 9, 2011

Track 4 (hay algo en tu rostro)

Cerró la puerta del auto de golpe. Encendió el motor y dobló a la izquierda en la primera esquina. Tenía una mano firme sobre el volante, la otra en la radio y la mirada fija en el horizonte. Avanzaba por una de las avenidas principales mientras se preguntaba si sería la única persona que renegaba con la cantidad de paneles publicitarios colocados en la vía, en los que abundaban los colores chillones y las sonrisas perfectas, junto a slogans que, a veces, parecían que nada tenían que ver con el producto de la propaganda. Pensaba si aquella felicidad mostrada por los niños, jóvenes y/o adultos de la publicidad sería un verdadero reflejo de lo que acontecía en la vida de cada uno de ellos o simplemente era consecuencia de un oneroso pago de parte de las agencias de mercadeo y todos ellos, en realidad, atravesaban sendas crisis existenciales o emocionales. Tal vez una desilusión amorosa, un despido arbitrario, una bancarrota inminente, lo que sea. Se preguntaba si el dinero podía comprar ‘felicidad express’, que durase lo que dura una sesión de fotos. ¿Sería acaso posible?

Tenía cerca de 45 minutos al volante y aún no había decidido dónde ir. Una ligera llovizna comenzaba a caer sobre la ciudad. Durante el día, el cielo no había dado visos de que algo así iba a ocurrir, pero –como en el fútbol- en el clima no hay lógica y, muchas veces, lo que parece ser un hermoso día soleado, termina en aguacero. “Incluso con lluvia la ciudad se ve simpática”, pensaba. Razón no le faltaba. “La siguiente salida es la mía. Ojala no esté cerrada”. Lo que no había decidido en tres cuartos de hora lo hizo en pocos segundos. Tomó la salida 45E y se dirigió al centro de la ciudad. Mientras tanto, fumaba su quinto cigarrillo de la noche. Un puchito como le decía.

Tal cual estaba previsto, conseguir dónde dejar el auto parqueado iba a ser difícil. Tuvo que dar varias vueltas alrededor de la plaza a la que pensaba ir cuando finalmente encontró un sitio cerca de la sede del diario más importante del país. Le dejó unas monedas a un señor que cuidaba los autos de la cuadra y le pidió dos veces por favor que se lo cuidase bien, sino lo mato, tío. Todo lo que me ha costado este carrito. Cogió su billetera, la cajetilla de cigarrillos, el encendedor y caminó hacia el bar. Le gustaba el ‘Cimarrón’ porque ahí siempre encontraba buena onda y chicas guapas, pero esta vez se le había hecho tarde en la cena por el cumpleaños del abuelo y el ambiente del local había dejado de estar en su máximo esplendor hace varios minutos. Dudó sobre tomarse una cerveza solo en la barra o emprender la vuelta a casa sin pena ni gloria cuando de pronto sonó su celular.

- Aló. ¡Aló! ¡¡¡Aló!!!... No escucho nada, habla más fuerte… ¿Quién es?... ¡Ah! ¡Hola! No, no estoy en mi casa (si no, no estaría gritando pensaba)… Ya, chévere. ¿Dónde queda?... ¡¡¡Que me des la dirección!!!... ¡Estoy saliendo para allá. Nos vemos!

Dejó el sitio que ya ocupaba en la barra, puso la carta de tragos sobre ella y se dirigió a la salida, por detrás de dos jóvenes que se dirigían a una discoteca recientemente estrenada, por lo que les alcanzó a escuchar. En el camino hacia la calle pudo reconocer algunos rostros: chicas menores que él, como era el común denominador de sus habituales conquistas, con las que había flirteado fines de semana atrás y a las que prometió llamar y nunca cumplió. Se les veía ocupadas con otros muchachos. Probablemente recibiendo nuevas promesas que no se cumplirían tampoco. O quizás iniciarían una relación estable. Seguía caminando y veía como el personal de seguridad apoyaba en desmantelar el instrumental que había sobre el estrado. “¿Quién habrá tocado?” Caminó las casi tres cuadras que lo separaban de su auto, encendió un nuevo cigarrillo y emprendió el viaje hacia la dirección que había memorizado. Paseo El Prado 1564 departamento 905 se repetía constantemente para no olvidarse el dato.

En el camino iba descartando algunas maneras de llegar a su destino, aunque la decisión de qué ruta seguir no era muy complicada. A esta hora, el tráfico era mínimo en la ciudad. En medio del viaje se detuvo en un supermercado que atendía las veinticuatro horas del día. No estaba seguro de querer comprar algo para llevar, más bien se había detenido para comer algo al paso, aunque también en este punto se mostraba indeciso. Un vez que satisfizo su hambre se dio una vuelta por la sección de licores. No quería llegar con las manos vacías. Pensaba que no se vería bien y que quizás aparecer con un trago le adjudicaría algunos puntos con las chicas solteras que pudiesen estar en la reunión. No se decidía. “¿Ron, Vodka, Vino? Si es vino, ¿blanco o tinto? Si es tinto, ¿seco o semi-seco? ¿Habrán comido algo allá? ¿Qué tal si mejor llevo cervezas?” Todas estas preguntas pasaron por su cabeza en pocos segundos. Prefería hacer este tipo de recorridos acompañado por uno de sus mejores amigos, un especialista en licores, casi un enólogo. Pero esta vez, la decisión debía ser suya. “Ya, a la mierda, compro este y punto”.

Antes de continuar con su recorrido, colocó un CD con la discografía completa de The Rolling Stones. Estableció orden aleatorio de las pistas y puso play. Sonó primero ‘Paint it, Black’. “I see the girls walk by dressed in their summer clothes…”, cantaba y al mismo tiempo encendía un cigarillo más. Aceleró y entró en el tramo final de camino a la dirección que le habían dictado. Cruzó un puente recientemente inaugurado, bordeó un óvalo que tenía en el centro una estatua en homenaje a uno de los héroes de la independencia, giró a la derecha y ubicó el edificio. Sin duda, era el más moderno de la cuadra y, quizás, de la ciudad. Estaba ubicado en una de las zonas más exclusivas. Se notaba que a sus amigos de toda la vida, aquellos a los que había conocido bajitos y regordetes en el jardín de infancia, esos con los que compartió viajes y anécdotas durante la época escolar, a todos ellos, les estaba sonriendo la vida.

No tuvo problemas para estacionar el auto y ni se preocupó por la seguridad. Era imposible que en este barrio ocurriese algún robo o incidente. La seguridad era extrema. Con esa confianza llegó hasta la puerta, tocó el timbre. Al cabo de unos segundos, una voz –a la que él reconoció de inmediato- le contestó.

- ¿Quién?

- Soy yo

- Pasa, flaco. ¿No te pudiste demorar más? (risas).

Saludó al conserje que estaba en pleno sueño de medianoche y llamó al ascensor. Esperó que bajase desde el piso seis y cuando se abrió la puerta le llamó la atención lo espacioso que era. Entró, presionó el número nueve y aprovechó el espejo que estaba detrás de él para inspeccionarse brevemente. Cual checklist, pasó revista a su vestimenta: zapatos bien lustrados, check; correa que combine con los zapatos, check; camisa sin arrugas, check; cabello arreglado, check; mangas dobladas sutilmente, check. La puerta del elevador se abrió y comunicaba directamente con la sala del departamento. Dio dos pasos y ya estaba ahí. Algunas caras conocidas y muchas más no tanto. Rápidamente buscó al amigo con el que había hablado por teléfono y lo encontró al otro extremo de la habitación. Mientras llegaba hacia él saludaba escuetamente a las personas con las que se cruzaba. Su amigo lo vio.

-
Compadre, ya estás acá. La has hecho larga.

- Me demoré comprando esto (le mostró el trago).

- Excelente. Ya con esto completamos la colección. Hay de todo. Tú coge nada más lo que gustes. Más bien quiero presentarte a una chica. Ven.

- No. Ehhh… después.

- No seas gay. Vamos.

Fueron hacia la terraza pero no llegaron. Se la cruzaron en el camino.

- Flaco, te presento a…

- Hola. ¿Cómo estás? Mucho gusto, dijo él.

- Hola, dijo ella.

Intercambiaron sonrisas. Amplias sonrisas.



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