Desde chico vivo asustado cuando suena el teléfono en casa durante la madrugada o, mejor dicho, a partir de las once de la noche hasta las 7 de la mañana. Si bien las malas noticias ‘llegan rápido’ como dicen, pueden hacer acto de presencia en cualquier horario; sin embargo, siempre he tenido particular temor por una llamada en horas de la madrugada.
Cuando era chico y vivía con mis padres siempre cruzaba los dedos cuando sonaba el teléfono y, desde la lejanía de mi cuarto hasta el de mis papás y en medio de la oscuridad de la noche, rogaba que no se trate de ninguna mala noticia. A veces acertaba.
Así fue como me fui enterando de ciertos episodios fatídicos para la familia, propia y ajena, porque los sucesos no siempre involucraban a un familiar mío pero, de repente, sí a alguien cercano –no por eso menos querido- a la familia.
Qué rápido han pasado los años y hoy sigo siendo el mismo muchachito temeroso que le cuesta levantar el auricular y decir aló. Aquel chiquillo que apreta los puños en clara señal de ruego al cielo. Aquel que pide por favor que no haya pasado nada malo y respira aliviado cuando se da cuenta que se trata de una llamada ‘bonita’.
Pasarán más años y las cosas seguirán igual, sólo que en las siguientes oportunidades me tocará interpretar el papel de vocero, de heraldo de las malas noticias, de comunicador de ninguna buena nueva. Pero a más edad, más responsabilidad.
Admiro el tino de mi padre para saber ejecutar con maestría el papel antes mencionado, reproduciendo con serenidad y aplomo las palabras de quien inició la cadena de terror. Una vez más, quiero ser como él.
Me asustan y me asustarán siempre las llamadas de madrugada, o mejor dicho, le temeré siempre al ring del teléfono en horario nocturno.
PD. Germán Trujillo, descansa en paz. †
Cuando era chico y vivía con mis padres siempre cruzaba los dedos cuando sonaba el teléfono y, desde la lejanía de mi cuarto hasta el de mis papás y en medio de la oscuridad de la noche, rogaba que no se trate de ninguna mala noticia. A veces acertaba.
Así fue como me fui enterando de ciertos episodios fatídicos para la familia, propia y ajena, porque los sucesos no siempre involucraban a un familiar mío pero, de repente, sí a alguien cercano –no por eso menos querido- a la familia.
Qué rápido han pasado los años y hoy sigo siendo el mismo muchachito temeroso que le cuesta levantar el auricular y decir aló. Aquel chiquillo que apreta los puños en clara señal de ruego al cielo. Aquel que pide por favor que no haya pasado nada malo y respira aliviado cuando se da cuenta que se trata de una llamada ‘bonita’.
Pasarán más años y las cosas seguirán igual, sólo que en las siguientes oportunidades me tocará interpretar el papel de vocero, de heraldo de las malas noticias, de comunicador de ninguna buena nueva. Pero a más edad, más responsabilidad.
Admiro el tino de mi padre para saber ejecutar con maestría el papel antes mencionado, reproduciendo con serenidad y aplomo las palabras de quien inició la cadena de terror. Una vez más, quiero ser como él.
Me asustan y me asustarán siempre las llamadas de madrugada, o mejor dicho, le temeré siempre al ring del teléfono en horario nocturno.
PD. Germán Trujillo, descansa en paz. †
1 comment:
En serio? Yo soy igualita ... facil los incendios nos marcaron no? :(
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