- Y ahora… ¿qué dirá tu novio?
Eran casi la una de la mañana y los dos cuerpos reposaban cansados, extasiados –quién sabe si aún excitados- por el encuentro intenso de las últimas casi cuatro horas. Era difícil imaginar mayor placer que aquel que aún replicaba en el ambiente, en cada mueble de la habitación, en cada pulgada de la pantalla del televisor pero sobretodo, en cada poro de su cuerpo, en cada milímetro de su humanidad.
(…)
Había pasado no menos de una década desde que ambos decidieron tomar caminos distintos para embarcarse en sendas aventuras profesionales en latitudes bastante remotas. Dejaron de lado, pero no en el olvido, vínculos de amistad que juraron jamás disolver; por el contrario, se hicieron la promesa de conservar latentes esas íntimas charlas matutinas, vespertinas y nocturnas, llenas de sinceridad y a veces de erotismo, llenas de verdad y a veces de miedo, llenas de amor y a veces de terror. Quizás el miedo y el terror, el horror y el espanto provenían de pensar qué sería de aquel que tenga que soportar la partida del otro, de verlo irse sin saber cuándo volvería a verlo, a tocarlo, a sentirlo, a olerlo, a acariciarlo, a tenerlo, o simplemente a mirarlo, clavarle la mirada fija y darle a entender que eran dos en uno y uno en dos, que podía tomar su mano cuantas veces quisiese y ¡gritar!... ¡tan sólo gritar! Gritar si quisiese… vomitar la rabia reprimida, la cólera intensa, o la alegría inmensa que pudiese estar soportando en ese momento, porque para eso habían sido criados bajo el mismo techo, para que sean amigos, como Rómulo y Remo, que logren algo en la vida (“y si es juntos, mejor” les decían), que dejen huella, que se hagan notar.
Fue por ese lazo trabajado a lo largo de los años que se hicieron el compromiso de contactarse con frecuencia, que la distancia física ni los accidentes geográficos sean impedimento para saber algo más que si el uno u otro estaba vivo, o si había conseguido trabajo, o le iba bien en el amor. El punto neurálgico, la base de esta relación, sus cimientos, eran aun mucho más sólidos: fraternidad. Había que librar batalla, duro y parejo para hacer que la calidez de los encuentros a los que estaban acostumbrados pase a través del hilo telefónico y llegue a ser ‘palpable’ para el interlocutor.
(…)
- Esto es una m#er&@... Yo no sirvo para estas cosas. Cuando me atreví a venir a Europa era porque quería irme de mi casa, probar una nueva atmósfera, culturas nuevas, flaquitas ricas, pero esto no es lo que quiero para mí… (lágrimas)… yo realmente no-sir-vo para esto… te extraño, compañera. Te extraño un montón. Ven a verme, a recogerme…
- Sabes que me encantaría, querido, pero no se puede. Tengo mucho que hacer aquí todavía, pero no sabes las ganas que tengo de largarme de aquí. ¡Largarme de una vez y no volver más! ¡Jamás! ¡Nunca más, carajo!... en verdad… encima a estos chinos pelotudos no les entiendo nada. Qué jodido es todo esto… pero…
- ¡Pero nada! Sólo arráncate. Yo tengo plata. Si es por billete no te preocupes, yo te pongo todo: pasajes, chelas, juerga, casa… aquí tienes un techo donde quedarte. Ven por favor.
- No puedo, cariño… Oye… ¿y si volvemos a Lima?
- ¡¿Estás loca?! ¡Ni de vainas! No vuelvo a Lima. Además, ¿para qué quieres volver a Lima? ¿Para ver a la misma gente de siempre? ¿A tus amiguitas que miran a todos por encima del hombro? En fin, son cosas tuyas.
- Sí, son cosas mías. Oye, payaso… más bien saca esa canción de fondo… ya te dije que te olvides de esa idea, ¡no pasará nunca!
El bravo Frankie Ruiz se lucía en el equipo de sonido. Un disco compacto que se había llevado desde Lima era su única compañía, pirata no más, total… si a mí la salsa tampoco me afana tanto.
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
“…mira qué irónica es la vida
aún me deseas con la misma intensidad
con que rodábamos amándonos en la hierba
cuando yo apenas comenzaba la universidad…”
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
(….)
Él y ella, o ella y él (las damas primero), seguían siendo los mejores amigos del mundo, sin derecho a roce, como siempre. Se contaban todo, compartían todo. De un tiempo a esta parte en sus mentes elucubraban cómo lograr aquello que les exhortaron cuando niños: dejar huella, hacerse ‘grandes’. ¿Pero cómo? Había que lograrlo de alguna manera; sin embargo, había ciertos factores que estaban alterando su paz interior, su tranquilidad emocional, la cual se estaba viendo afectada. Las conversaciones ya no eran las mismas. Se exacerbaban, se enervaban, se irritaban, con mentadas de madre y mandadas al diablo incluidas. ¿Por qué todo cambió en tan poco tiempo?
- ¿Qué me preguntas a mí, oye, chistosa?
- ¡Háblame bonito, payaso!
- Viniste con tus aires de mujer cosmopolita, que yo estuve aquí, que yo estuve allá. Cuenta completo, pues. ¡Diles qué estabas haciendo!
- ¡Cállate la boca!
- Pero esto no es ni culpa tuya ni mía. Yo sé muy bien quién es el culpable. Tiene nombre y apellido y es un cretino.
- No te atrevas a hablar así.
- Algún día me darás la razón y ese día seremos grandes, haremos noticia.
- Estás peor cada día… no te soporto.
Cruzó la puerta como si de eso dependiese su vida, furiosa, rápido, muy rápido, tratando de olvidarlo todo y de recuperar fuerzas para empezar de cero. A fin de cuentas volver había sido una decisión que tomó sin ninguna presión más que la suya propia. Sabía que le iba a costar y de verdad lo estaba sintiendo.
(…)
- ¡M#er&@! ¡¿Qué es esto?!
La escena no necesitaba intérpretes.
- Tres, cuatro… tres, cuatro…. Ubica…
- Frente.
- Veinte… comprendido.
La tenue luz le daba un tono aún más tétrico y lúgubre a la situación de lo que ya era de por sí. El ambiente sórdido e impactante estaba esparcido por todo el departamento. Sala y comedor coloreados gratuitamente por un pacto de antaño, de esos que no se rompen. No se defrauda nunca a un amigo y si es de la infancia menos. Es como tu hermano, acuérdate siempre de eso.
Eran casi la una de la mañana y los dos cuerpos reposaban cansados, extasiados –quién sabe si aún excitados- por el encuentro intenso de las últimas casi cuatro horas. Era difícil imaginar mayor placer que aquel que aún replicaba en el ambiente, en cada mueble de la habitación, en cada pulgada de la pantalla del televisor pero sobretodo, en cada poro de su cuerpo, en cada milímetro de su humanidad.
- Y ahora… ¿qué dirá tu novio?
- Nada pues, güevón… si ya lo mataste.
- No te opusiste…
- No tenía opción, me estaba asfixiando.
El bravo seguía luciéndose:
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
“…soy eterno fuego, tu fantasía…
soy el que motiva tus escapes cada día
esto es un peligro pero es divino
y es que en el peligro está el sabor de lo prohibido…”
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
Eran casi la una de la mañana y los dos cuerpos reposaban cansados, extasiados –quién sabe si aún excitados- por el encuentro intenso de las últimas casi cuatro horas. Era difícil imaginar mayor placer que aquel que aún replicaba en el ambiente, en cada mueble de la habitación, en cada pulgada de la pantalla del televisor pero sobretodo, en cada poro de su cuerpo, en cada milímetro de su humanidad.
(…)
Había pasado no menos de una década desde que ambos decidieron tomar caminos distintos para embarcarse en sendas aventuras profesionales en latitudes bastante remotas. Dejaron de lado, pero no en el olvido, vínculos de amistad que juraron jamás disolver; por el contrario, se hicieron la promesa de conservar latentes esas íntimas charlas matutinas, vespertinas y nocturnas, llenas de sinceridad y a veces de erotismo, llenas de verdad y a veces de miedo, llenas de amor y a veces de terror. Quizás el miedo y el terror, el horror y el espanto provenían de pensar qué sería de aquel que tenga que soportar la partida del otro, de verlo irse sin saber cuándo volvería a verlo, a tocarlo, a sentirlo, a olerlo, a acariciarlo, a tenerlo, o simplemente a mirarlo, clavarle la mirada fija y darle a entender que eran dos en uno y uno en dos, que podía tomar su mano cuantas veces quisiese y ¡gritar!... ¡tan sólo gritar! Gritar si quisiese… vomitar la rabia reprimida, la cólera intensa, o la alegría inmensa que pudiese estar soportando en ese momento, porque para eso habían sido criados bajo el mismo techo, para que sean amigos, como Rómulo y Remo, que logren algo en la vida (“y si es juntos, mejor” les decían), que dejen huella, que se hagan notar.
Fue por ese lazo trabajado a lo largo de los años que se hicieron el compromiso de contactarse con frecuencia, que la distancia física ni los accidentes geográficos sean impedimento para saber algo más que si el uno u otro estaba vivo, o si había conseguido trabajo, o le iba bien en el amor. El punto neurálgico, la base de esta relación, sus cimientos, eran aun mucho más sólidos: fraternidad. Había que librar batalla, duro y parejo para hacer que la calidez de los encuentros a los que estaban acostumbrados pase a través del hilo telefónico y llegue a ser ‘palpable’ para el interlocutor.
(…)
- Esto es una m#er&@... Yo no sirvo para estas cosas. Cuando me atreví a venir a Europa era porque quería irme de mi casa, probar una nueva atmósfera, culturas nuevas, flaquitas ricas, pero esto no es lo que quiero para mí… (lágrimas)… yo realmente no-sir-vo para esto… te extraño, compañera. Te extraño un montón. Ven a verme, a recogerme…
- Sabes que me encantaría, querido, pero no se puede. Tengo mucho que hacer aquí todavía, pero no sabes las ganas que tengo de largarme de aquí. ¡Largarme de una vez y no volver más! ¡Jamás! ¡Nunca más, carajo!... en verdad… encima a estos chinos pelotudos no les entiendo nada. Qué jodido es todo esto… pero…
- ¡Pero nada! Sólo arráncate. Yo tengo plata. Si es por billete no te preocupes, yo te pongo todo: pasajes, chelas, juerga, casa… aquí tienes un techo donde quedarte. Ven por favor.
- No puedo, cariño… Oye… ¿y si volvemos a Lima?
- ¡¿Estás loca?! ¡Ni de vainas! No vuelvo a Lima. Además, ¿para qué quieres volver a Lima? ¿Para ver a la misma gente de siempre? ¿A tus amiguitas que miran a todos por encima del hombro? En fin, son cosas tuyas.
- Sí, son cosas mías. Oye, payaso… más bien saca esa canción de fondo… ya te dije que te olvides de esa idea, ¡no pasará nunca!
El bravo Frankie Ruiz se lucía en el equipo de sonido. Un disco compacto que se había llevado desde Lima era su única compañía, pirata no más, total… si a mí la salsa tampoco me afana tanto.
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
“…mira qué irónica es la vida
aún me deseas con la misma intensidad
con que rodábamos amándonos en la hierba
cuando yo apenas comenzaba la universidad…”
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
(….)
Él y ella, o ella y él (las damas primero), seguían siendo los mejores amigos del mundo, sin derecho a roce, como siempre. Se contaban todo, compartían todo. De un tiempo a esta parte en sus mentes elucubraban cómo lograr aquello que les exhortaron cuando niños: dejar huella, hacerse ‘grandes’. ¿Pero cómo? Había que lograrlo de alguna manera; sin embargo, había ciertos factores que estaban alterando su paz interior, su tranquilidad emocional, la cual se estaba viendo afectada. Las conversaciones ya no eran las mismas. Se exacerbaban, se enervaban, se irritaban, con mentadas de madre y mandadas al diablo incluidas. ¿Por qué todo cambió en tan poco tiempo?
- ¿Qué me preguntas a mí, oye, chistosa?
- ¡Háblame bonito, payaso!
- Viniste con tus aires de mujer cosmopolita, que yo estuve aquí, que yo estuve allá. Cuenta completo, pues. ¡Diles qué estabas haciendo!
- ¡Cállate la boca!
- Pero esto no es ni culpa tuya ni mía. Yo sé muy bien quién es el culpable. Tiene nombre y apellido y es un cretino.
- No te atrevas a hablar así.
- Algún día me darás la razón y ese día seremos grandes, haremos noticia.
- Estás peor cada día… no te soporto.
Cruzó la puerta como si de eso dependiese su vida, furiosa, rápido, muy rápido, tratando de olvidarlo todo y de recuperar fuerzas para empezar de cero. A fin de cuentas volver había sido una decisión que tomó sin ninguna presión más que la suya propia. Sabía que le iba a costar y de verdad lo estaba sintiendo.
(…)
- ¡M#er&@! ¡¿Qué es esto?!
La escena no necesitaba intérpretes.
- Tres, cuatro… tres, cuatro…. Ubica…
- Frente.
- Veinte… comprendido.
La tenue luz le daba un tono aún más tétrico y lúgubre a la situación de lo que ya era de por sí. El ambiente sórdido e impactante estaba esparcido por todo el departamento. Sala y comedor coloreados gratuitamente por un pacto de antaño, de esos que no se rompen. No se defrauda nunca a un amigo y si es de la infancia menos. Es como tu hermano, acuérdate siempre de eso.
Eran casi la una de la mañana y los dos cuerpos reposaban cansados, extasiados –quién sabe si aún excitados- por el encuentro intenso de las últimas casi cuatro horas. Era difícil imaginar mayor placer que aquel que aún replicaba en el ambiente, en cada mueble de la habitación, en cada pulgada de la pantalla del televisor pero sobretodo, en cada poro de su cuerpo, en cada milímetro de su humanidad.
- Y ahora… ¿qué dirá tu novio?
- Nada pues, güevón… si ya lo mataste.
- No te opusiste…
- No tenía opción, me estaba asfixiando.
El bravo seguía luciéndose:
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
“…soy eterno fuego, tu fantasía…
soy el que motiva tus escapes cada día
esto es un peligro pero es divino
y es que en el peligro está el sabor de lo prohibido…”
♪♪ ♪♪ ♪♪ ♪♪
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