El cielo ya aclaraba. Se fijó la hora en su recién estrenado reloj y vio que faltaban trece minutos para las seis de la mañana. Lo normal en estas situaciones era que buscase algo para llevar a casa y compartir con su padre a la hora del desayuno, además del diario con el coleccionable ‘Grandes monumentos hechos por el hombre’ que tanto le emocionaba a su progenitor; sin embargo, hoy no era un día cualquiera. Estaba extasiado, emocionado. Aquella chica a la que en un principio no había querido conocer terminó ocasionándole fuertes devaneos de los que ahora era víctima. Aún le sudaban las manos, las imágenes de las últimas casi cinco horas, pasaban una y otra vez frente a él. Cada minuto frente a ella había sido histórico, mítico, y le ponía más contento saber –a pesar de no haberlo preguntado- que a ella también le había agradado estar ahí. “Hay que estar en el momento justo en el lugar indicado” se repetía con frecuencia y sonreía para sí mismo. Le alegraba saber que todo se había producido de un modo natural, sin excesos de años anteriores donde le ocurría el famoso Coyote ugly de los americanos, aquella situación en la que uno despierta y se lleva tremenda sorpresa al ver a su acompañante de turno. Esta vez fue diferente, desde la primera conversación que entablaron, el primer brindis que hicieron “porque este año nos ganemos la lotería”, las risas que intercambiaron, las sonrisas cómplices cuando analizaban al resto de asistentes al departamento, la salida con rumbo a la casa de ella, el camino en el taxi, el abrazo dentro de él para sentir menos frío, las manos que se rozaban ‘sin intención’, el tiempo en casa de ella, la despedida, aquella energía en medio de ambos, hormigas en el estómago como cuando uno es adolescente (y es que para el amor no hay edad, como nos enseñan las telenovelas).
Era tal su estado que decidió caminar las varias cuadras que separaban ambas casas. En realidad, la lógica que soportaba su decisión era que si llegaba antes, dormiría más temprano y, así, no podría recordar cada segundo de esa noche que terminaba. Mientras más tiempo permaneciese despierto, más tiempo podría recordar el rostro de ella sonriéndole, mirándole a los ojos en aquellas pausas durante la conversación, donde el silencio expresaba mejor que las palabras lo que se estaba gestando entre ambos y que él estaba dispuesto a cuidar para que germine de la mejor manera posible. “Es increíble lo que sucede cuando uno no tiene mayores expectativas. Y pensar que casi no contesto el teléfono por la bulla que había en el bar”. Se rió para sí mismo. El reloj marcaba las seis con veintisiete minutos.
- Hola, hermano. ¿Cómo estás? ¿Hoy nos visitas para almorzar con el viejo? Tú sabes cómo se alegra cuando tiene a sus dos hijos reunidos… con la falta que le hace mamá.
Le había llamado su hermano mayor, aquel que le servía como modelo y guía, no por uno u otro logro académico o profesional, sino porque era una buena persona, que había conseguido sus metas y alcanzado sus sueños con un trabajo dedicado y sin lastimar a nadie. No lo decía por ser su hermano, sino porque tenía referencias de terceros al respecto. Su hermano estaba casado desde hace una década atrás y su familia la componía los dos cónyuges, un pequeño de enormes ojos color caramelo, que era el engreído de la familia, y un cachorro de raza labrador.
- No creo, Flaco. Hoy he quedado con la familia en ir a ver el nuevo jardín donde estudiará el bebe. Tú sabes que ya estamos en esas épocas donde se comienza a hablar de todo lo relacionado a la educación de los hijos. Tenemos que hacer una buena elección.
- Claro, claro. Sí entiendo. Te cuento lo que me pasó anoche. No puedo creerlo hasta ahora…
El sentir emocionado a su hermanito menor le producía una grata sensación, toda vez que, de alguna manera, esta historia le recordaba cómo conoció a la madre de su primogénito. Fue durante una reunión con compañeros de la escuela. Celebraban un aniversario más de haber dejado esas aulas y uno de ellos llegó con dos señoritas más, una era su novia de entonces y la otra, la hermana de ella. Congeniaron bien y las salidas se fueron dando sucesivamente, primero con grupos de amigos en común (o de alguno de ellos) y luego, solamente ambos. Los viajes también se fueron organizando. En uno de ellos sucedió la pedida de mano, el compromiso oficial luego de cerca de 60 meses como pareja. En tiempo récord prepararon todo lo concerniente a la boda y, en menos de año y medio, ella ingresaba a la Iglesia vestida de blanco, como siempre lo soñó, para unirse hasta que la muerte los separe al hombre de su vida. El momento cumbre se dio cuando a la hora del vals, el tradicional ‘Danubio Azul’ fue reemplaza por ‘Nobody does it better’ de la gran Carly Simon.
Decidieron no hacer crecer la familia pronto pues querían pasar tiempo juntos, sin la responsabilidad de un hijo. No es que fuesen egoístas, simplemente querían afianzar la relación de pareja, consolidar el hogar que siempre habían tenido en mente y recién ahí encargar. Con las cosas bien planeadas, todo se fue dando paso a paso. Les iba bien en todos los aspectos. Es así que luego de siete años de matrimonio, el doctor les confirmó la noticia. “Felicitaciones, van a ser padres”. Las celebraciones en casa de los futuros abuelos no se hicieron esperar. Brindis por todos lados, saludando la buena nueva. Todo viento en popa. Los siguientes nueve meses fueron tranquilos, un embarazo sin sobresaltos, donde el bebé estaba permanentemente monitoreado. Muchos chequeos por semana pero todo lo valía con tal de tener al hijo sano. Es el deseo de todo padre.
- Mira –dijo el hermano mayor-, creo que iré a verlo mañana temprano. Seguramente estarás trabajando. Yo te aviso si caigo más tarde y podemos vernos. Además, tienes que contarme más sobre esa chica. Por tu tono de voz, capto que estás muy emocionado. Relájate, anda con calma. Esto recién empieza (con esto pretendía darle a entender a su hermano menor que le deseaba el mismo éxito que él había tenido con su esposa en su aparentemente inminente nueva relación de pareja. Era un deseo sincero, de hermano a hermano, de hombre a hombre).
A la mañana siguiente llegó temprano a visitar a su padre.
- Hola, viejo. ¿Cómo estás?
- ¡Hijo, qué gusto verte tan temprano! Estoy yendo a tomar desayuno con un amigo de la adolescencia. ¿Quieres venir con nosotros?
- No, viejito. Quería saludarte. Te traje esto -le contestó. Le entregó el diario y el coleccionable.
Sellaron la corta visita con un fuerte abrazo y un beso. Vio alejarse a su padre por la tranquila calle del barrio, su barrio de toda la vida.
Saturday, May 7, 2011
Track 5
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